Las mujeres en la construcción del estados plurinacionalMaría Vicenta Chuma Quishpilema Cuando recibí el encargo de presentar este tema, surgió una primera inquietud al organizar esta mesa. ¿Se trata de abordar los temas de las Mujeres indígenas? o ¿los temas del movimiento indígena desde la visión de las mujeres? Esta pregunta ha sido permanente cuando se trata de participar socialmente en las comunidades, en la vida cotidiana o políticamente en las organizaciones, en las luchas o como siempre, día a día en la defensa de la vida en la construcción del proyecto político, en las organizaciones, en las luchas .....siempre. Ahora, de nuestra experiencia sabemos que la situación de las mujeres indígenas es la misma que la de sus hombres, agravada por una división de roles socialmente impuesta por el pensamiento de la cultura opresora, la manera de ver y actuar de la otra cultura que por más de cinco siglos nos han hecho olvidar que para nosotros, como dicen nuestros viejos, con las dos manos se amasa el pan. Sabemos que en nuestra visión de los pueblos indígenas, hombres y mujeres somos parte de un solo ser; somos complementarios, no opuestos, solidarios, recíprocos, iguales. El sol es el padre y la tierra es la madre ninguno superior, ninguno inferior. Hombre y mujer los dos imprescindibles, ambos necesarios. Si, aunque nos acordamos de nuestras Kilagos, nuestras Toas, nuestras Pachas, nuestra cacicas, nuestras akllas, Mamas de administración de justicia, administradoras de la economía, mamas de salud y medicina, de todos los saberes, de todas las historias, mamas y taitas que desarrollaron un sistema político y económico que asegura nuestro bienestar, de todos para todos, niños, niñas ancianos de ambos sexos tienen los mismos derechos y obligaciones. Debemos reconocer que poco a poco hemos ido relegándonos, cediendo espacio de autoridad, dejando que se oculten nuestros saberes, nuestros poderes, debemos reconocer que en la práctica ha sido fuerte el pensamiento de desvalorización; se han dado las expresiones tales como las mujeres a la casa, los hombres al trabajo; una niña vale menos que un varón; el hombre es jefe de familia, responsable de su casa de sus hijos, de sus propiedades. De esto nos hemos convencido a fuerza de repetición, nos lo hemos creído, de esto hemos hecho práctica día a día. Si, eso ha pasado hombres y mujeres en nuestros pueblos hemos ido perdiendo la fuerza que nos hacía únicos. El tiempo nos encontró entonces débiles, humillados, excluidos, pisoteados, separados; pero el proceso de liberación, de reconstrucción de nuestros pueblos nos ha permitido comprender que poco a poco las mujeres podemos y debemos también reconstruir, recuperar nuestra fuerza. Junto con nuestros compañeros cuidando la sabiduría, manteniendo el conocimiento de los pueblos, la mujer como madre, esposa y compañera, ha guardado celosamente por siglos toda nuestra sabiduría. Sin embargo, el sistema se ha encargado cada vez más de cooptar a mujeres y niños a trabajos esclavizantes, maximizando sus ganancias y desestructurando aun más la economía y las estructuras familiares indígenas. Pero no solo se trata de explotar la mano de obra de las mujeres indígenas sino fundamentalmente de impedir su toma de conciencia, de irrespetar su identidad étnico cultural, y su proyecto político- ideológico y mítico de la reconstrucción del Estado plurinacional. Para ello el sistema occidental trata de muchas maneras de dar un contenido puramente feminista a la lucha de la mujer indígena, apoyando proyectos de capacitación y formación de líderes sobre modelos de autovaloración, de propuestas puramente coercitivas frente a la violencia doméstica, y de una ideología de “solidaridad de género”, en la cual desaparece la diferencia entre mujeres ricas y mujeres pobres; entre ciudadanas y campesinas, entre blancas- mestizas e indígenas, todo por la “unidad de la mujer” y de su lucha en contra de la “dominación de los hombres” sesgando de manera unilateral la lucha de un sistema de cosas que atenta contra el conjunto de la población indígena y que provoca grandes distorsiones como el “machismo” en las mismas comunidades indígenas, pero de cuyas consecuencias ha sido siempre la sabiduría y la fuerza de la justicia indígena de los ayllus y de las mamakunas, las que siempre han sabido poner freno y confrontar los modelos tradicionales de administración de justicia y reparación de daños. La fuerza de la resistencia indígena en todos los Andes, se vio acrecida con el advenimiento del Pachakutik, que se expresó en la campaña de los 500 Años de Resistencia Indígena, la proclamación del Decenio de los Pueblos Indígenas, la formación de espacios regionales y continentales de acción indígena, como la Primera Cumbre Continental de los Pueblos Indígenas , etc. que han abierto brillantes perspectivas para el movimiento indígena en general y para la s mujeres indígenas en particular en la lucha por la recuperación de la identidad cultural y social, en su exigencia de reconocimiento de Estados plurinacionales, multiculturales, multilingües, así como de gobiernos autónomos, territorialidad y soberanía. La participación de la mujer a lo largo de estos 500 años ha estado íntimamente ligada a la defensa de la tierra - territorio y a las estructuras de poder del ayllu, así como a las fuerzas de producción y distribución comunitarias y a una profunda esperanza de revolución que nace de los mitos del pachakutik, de la gloria del Tawantinsuyu, de la reivindicación siempre permanente de allpamanta, sumak kawsaymanta, kishpirinkaman (tierra, cultura y libertad) de la armonía con la naturaleza, de la armonía de relaciones de hombre y mujer, de la ritualidad guerrera, así como de la profunda moralidad del tríptico andino del ama shua, ama quilla, ama llulla (no robar, no ser ocioso y no mentir). |
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